Sobre magia pasaron horas hablando, o más bien
minutos en tiempo real, sin darse cuenta siquiera de que así era.
- Hagamos magia, ahora. – Magia, dijo con tono juguetón.
Ella no llegó a entender muy bien a qué se refería.
- ¿Magia? Pero, ¿ahora?
- En realidad es un momento perfecto, ¿no crees? –
Le sonrió, sin estar muy seguro de si podría hacerle sentir sus palabras.
- Pero… es sólo que, no consigo recordar ningún
truco ahora mismo – Ella se sintió un poco avergonzada, temiendo que ese hombre
dulce, bohemio y testarudo empezase a pensar que había poco de interesante en
ella. No tenía mucho más que perder. Siempre se consideró peor de lo que era,
sin sospechar que para él, unas pocas horas habían bastado para que percibiese en
ella la pieza perdida que hasta ahora le había impedido acabar el puzle.
La brisa era dulce y cálida. Diferente por alguna
extraña razón. Él no podía evitar mirarla con detenimiento. Le parecía sentir
un abrazo al aire en cada abrir y cerrar de ojos.
- Me refería a besarnos. Aunque ya lo has hecho.
Me besaste con tu mirada sigilosa, con la silueta de tus labios acogedores al
sonreír, con tu respiración…
Y fue entonces, en ese preciso instante, con el
fuerte latido que sacudió todo su cuerpo llegando también al de él, que ambos
lo supieron. Que la magia era cuestión de dejarse arrastrar por la pasión. Que
sin magia, la pasión no existe. Que para él ella era magia… Y que el beso que
el aroma de la brisa venía anticipando sería sin duda, el mejor truco final.